¿Casas o corrales?

>> sábado, 11 de abril de 2009

In the few thousand years since humans have been building towns and making war in earnest, the Earth has became thoroughly peopled and bound up with ribbons of concrete. All sorts of thundering, macho chariots charge about, exhaling noxious fumes, while their drivers look for compliant swaths of nature to roll over and subdue. In the meantime, gods and goddesses that were closely aligned with nature have nearly disappeared. The resulting ecological mess is often said to be the unfathomable plan of the one great Patriarch worshipped by followers of the three major monotheistic religions. (Michael E. Art, Labor IX: Urbanism, Hercules seizes the belt of Hyppolyte)

Hasta hace no muchos años, construir era un asunto colectivo familiar y comunitario. Hoy en día, nuestro “derecho a la vivienda” se ha reducido a unos cuantos metros cuadrados por familia en complejos multifamiliares que han perdido todo rastro de individualidad y dignidad. La gran mayoría de los seres humanos, al igual que los animales que consumen, han sido encarcelados en corrales suburbanos en los que la tónica común es la uniformidad, la falta de intimidad y el hacinamiento. No sorprende en absoluto que es justamente en esos conglomerados donde las ciudades padecen sus mayores tasas de suicidio y delincuencia.

Desde la entrada triunfal de la luz eléctrica, la televisión y el aire acondicionado a los hogares, los seres humanos hemos regresado al interior de la cueva. Pasamos el 95% del tiempo en espacios interiores cerrados. Ya no apreciamos el sol, los árboles, las flores, y nos asustan las abejas… La experiencia natural en el hombre urbano moderno se reduce a las pantallas de los televisores marca Sony de alta definición y colores naturales.

Nuestras ciudades, todas las ciudades, surgieron en épocas donde la tecnología actual todavía estaba lejos del alcance de la humanidad. Por eso mismo, estas mismas ciudades en la actualidad son total y absolutamente incompatibles con los avances de nuestra especie desde cualquier perspectiva que se contemple.

Ante la falta de soluciones reales y tajantes, las políticas urbanas solo buscan mantener las cosas en un nivel lo más abajo posible al del estallido de una revuelta social. El peligro es inminente. Si las revoluciones del pasado fueron fenómenos básicamente rurales, las del futuro se suscitarán en las ciudades y serán infinitamente más cruentas.

El costo político y social que implica el mantenimiento de las ciudades actuales es mucho más elevado de lo que sería el costo de desmantelarlas y construir nuevas que vayan de acuerdo, sobre todo, con el avance de nuestra tecnología. La ciudad actual es, para decirlo con palabras amigables, la manifestación más contradictoria inventada y perpetuada por la humanidad.

Cuando vamos a visitar las antiguas ciudades de nuestro México, eso que el INAH y otros llaman “zonas arqueológicas”, inmediatamente salta a la vista una cosa: en todas ellas de forma más o menos completa han sobrevivido las construcciones sagradas, las construcciones civiles y, no han sobrevivido, salvo unos cuantos y esporádicos cimientos, las construcciones donde vivía su gente. La edificación residencial se ha perdido en el tiempo. Si visitáramos la ruina de una de nuestras ciudades en el futuro, digamos en 500 años, seguiríamos viendo mucho de lo que actualmente las conforma.

La diferencia es la concepción de la propiedad en aquella y nuestra cultura. Ayer el mundo era propiedad de los dioses y ellos tenían la prerrogativa de quedarse eternamente en los espacios, el humano era solo un morador temporal del mundo, por lo tanto su vivienda también tenía que ser finita. Hoy nos creemos los eternos propietarios de todo y eso se manifiesta en nuestra arquitectura. Construimos para la eternidad y eso es el gran defecto de nuestras viviendas. No permiten el cambio. Una vez concebidas y construidas han de quedar así por siempre. No puedo cambiar las tuberías por unas nuevas y más eficientes, no puedo modificar los circuitos eléctricos que concibió el arquitecto, no puedo instalar la cocina o el baño en un cuarto que no fue específicamente diseñado para ello. Las casas actuales se quedan, por decirlo de alguna forma, eternamente en pañales. No crecen conforme a las necesidades de sus habitantes, no se transforman. No llegan a ser adultas y evidentemente se les ha quitado la posibilidad de que algún día tienen que morirse.

La peor y más antinatural de las prácticas arquitectónicas es el uso de la línea geométrica recta y el ángulo geométrico recto. Esos dos elementos, por si solos, manifiestan en todo su esplendor nuestro alejamiento de la naturaleza. ¿Alguien, alguna vez, ha visto una línea o un ángulo recto en alguna parte en la naturaleza?

Por desgracia, los arquitectos que diseñan los proyectos para el Infonavit, para Casas Geo y otros consorcios de la vivienda mexicanos, todavía están muy lejos, incluso, de retomar y plantearse esos puntos.

“Nuestras casas están enfermas desde que existen planificadores urbanos dogmáticos y arquitectos de ideas fijas. No caen enfermas, son concebidas y traídas al mundo en ese estado. Todas estas casas, que tenemos que soportar por miles, son insensibles, carecen de emoción, son dictatoriales, crueles, agresivas, lisas, estériles, austeras, frías y prosaicas, anónimas y vacías hasta el aburrimiento… Son una quimera de funcionalidad, son tan deprimentes que los vecinos y los que pasan por allí caen enfermos.” (Friedensreich Hunderwasser, 1990)

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